domingo, 6 de marzo de 2016

LA VERDAD SOBRE SIMON BOLIVAR

Bolívar y la guerra a muerte contra San Juan de Pasto - A los 190 años de la batalla de Bomboná


A la inmortal Pasto, siempre.


Pareciera anacrónico juzgar sucesos y hechos pretéritos con leyes contemporáneas. Más como el ejercicio intelectual todo lo permite, quiero presentar en este corto ensayo la situación de Bolívar frente a su odio irrestricto a Pasto, manifiesto en una serie de Decretos y Resoluciones que llevan como fin borrar a Pasto del catálogo de los pueblos, como lo sustenta en una de sus epístolas, teniendo en cuenta los pactos y acuerdos sobre la guerra existentes entonces.
Para ello, tomo como referencia de primera mano el enjundioso estudio que sobre Bolívar hace el Dr. José Rafael Sañudo[1], por ser profundo en la investigación, diáfano en su tesis, y por traer a colación documentos de extrema valía para el asunto que me propongo, además de otras citas de valía para la comprensión de los hechos durante la Campaña del Sur en el primer lustro de 1820, y que traerían graves consecuencias para la consolidación de las nuevas repúblicas, tal es el asesinato del Mariscal de Ayacucho, en las breñas del norte del departamento de Nariño: Berruecos.
  
 Piedra de Bombonà

 Antecedentes a la Batalla de Bomboná y a las persecuciones del Ejército Libertador contra Pasto.
  
En 1820 se encuentra Morillo como comandante militar en la Nueva Granada. El 26 de noviembre, celebraron un convenio en Trujillo –Venezuela-, sobre regularización de la guerra y otro de armisticio que debía durar seis meses. Por el artículo 7º del primer convenio: se establece que los militares empleados que habiendo servido a cualquiera de los dos gobiernos, hayan desertado de sus banderas y se aprehendan bajo las del otro, no pueden ser castigados con la pena capital. Lo mismo se entenderá con respecto a los conspiradores y desafectos de una y otra parte. Bolívar y Morillo se reúnen en Santana, allí se abrazaron “reiterando sus protestas de cumplir con la fidelidad más rigurosa el convenio sobre la regularización de la guerra. En diciembre, Morillo parte para España, dejando el mando de sus tropas a cargo del general Latorre.

Las batallas de Boyacá y Carabobo habían en cierta medida consolidado la independencia en gran parte del territorio neogranadino y venezolano, quedando como reducto Pasto, pues la también realista Santa Marta había cedido a las pretensiones patriotas. Acerca del realismo pastuso, no se puede cimentar en la absurda tesis del fanatismo o de la barbarie de estos, esa es una visión miope y simplista acerca de una de las primeras ciudades de América (1539). En 1809 Quito había proclamado su independencia y quería traer a su causa las ciudades más próximas, entre estas Pasto; de ahí deviene el interés por la búsqueda de la autonomía administrativa del pastuso, cuya excusa fue su adhesión al realismo español de manera irrestricta. No se puede olvidar que la característica fundamental de la administración durante la colonia obedeció a una falta de cohesión del gobierno central, sobre todo en las ciudades alejadas de Santafé de Bogotá, y en el particular caso de Pasto, ya que si bien dependía en lo civil de Popayán, en lo eclesiástico dependía de Quito, y a la postre, quizá por lo difuminado de la frontera entre la Nueva Granada y Quito, ésta se mandó prácticamente sola: Los principales rasgos del virreinato a finales del siglo XVIII y comienzos del XIX eran la ausencia de cohesión entre sus distintas regiones y, como consecuencia de la dispersión geográfica y económica, la falta de un efectivo control por parte de las autoridades sobre el territorio y la población a su mando… Nunca constituyeron un mercado integrado –las regiones del Virreinato de la Nueva Granada-, una unidad política ni mucho menos consolidaron vínculos efectivos con el poder central.”[2]

En la ciudad, como en la gran mayoría, el gobierno efectivo estaba en manos del Cabildo, conformado por criollos pudientes e influyentes en todos los asuntos sociales. Además, esta zona se caracteriza por su inexpugnable geografía, que se convierte en una verdadera muralla natural, tanto para la llegada de novedades físicas, como de las de carácter ideológico: católicos convencidos, conservadores reaccionarios, con una educación centrada en los principios de obediencia y respeto por la autoridad; así las cosas, a Pasto no llegaron las ideas revolucionarias de Estados Unidos, ni de Francia, ni de ningún otro lado, y cuando quisieron llegar, como lo expuesto acerca de Quito, su aristocracia influyó para defender la causa de su autonomía por sobre todas las cosas. Y esa carga sentimental, pasaría a la práctica con la derrota de los Quiteños patriotas en 1810 en Funes, y que constituye el primer enfrentamiento entre Españoles y Criollos para la causa de la Independencia en todas las repúblicas Bolivarianas; en 1812, vencen al ejército patriota del Valle del Cauca, fusilando en su plaza principal a Caicedo y Cuero y al norteamericano Alejandro Macaulay, adepto a la causa independentista;  en la Campaña del Sur, que dirige el propio Antonio Nariño, éste es derrotado, hecho prisionero en mayo de 1813, y de aquí enviado a las prisiones de Cádiz: “con posteridad a estos sucesos, la paz reinó en las tierras de Pasto, sólo fue turbada por las levas que se hicieron para organizar las tropas que en La Cuchilla del Tambo acabaron con los vestigios de las fuerzas republicanas. La paz duró hasta 1820 cuando el ímpetu de las fuerzas victoriosas en Boyacá desbordó hacia las tierras del sur de la Nueva Granada”[3]; en 1821, nuevamente los pastusos derrotan a los patriotas en Genoy,y el 12 de septiembre derrotan a las fuerzas del General Sucre en la Batalla de Guachí, cerca de Ambato, hasta que sobreviene la Batalla de Bomboná.

La Batalla de Bomboná y sus consecuencias.

Bolívar era consciente de todas las derrotas y angustias de quienes habían intentando conquistar a Pasto, desde Cali escribe: Pastusos: Habéis costado llanto, sangre y cadenas al Sur; pero Colombia olvida su dolor y se consuela acogiendo en su regazo maternal a sus desgraciados hijos. Para ella, todos son inocentes; ninguno culpable. No la temáis, que sus armas son custodia, no son armas parricidas[4], imprecación que luego olvidará, como veremos luego.

Engrandecido Bolívar por los triunfos de Venezuela y la Nueva Granada, no le quedaba sino conquistar el Sur; sabía de la indomable Pasto y por ello quería someterla a costa de lo que fuese; sabía que Caicedo, Nariño y Sucre habían sido derrotados por éstos, y por ello su conquista le sería altamente elogiada –No sobra recordar el carácter ególatra del libertador-, así que en contra de muchos, decide ir y dominar a la ya legendaria Pasto, el mismo Santander trata de persuadirlo, el 25 de febrero de 1822 le escribe: Nos quedan otra vez el Juanambú y Pasto, el terror del ejército y, es preciso creerlo, el sepulcro de los bravos, porque 36 oficiales perdió allí Nariño, y Valdés ha perdido 28 que no repondremos fácilmente. Resulta, pues, que usted debe tomar en consideración las ideas de Sucre y abandonar el propósito de llevar ejército alguno por Pasto, porque siempre será destruido por los pueblos empecinados, un poco aguerridos y siempre victoriosos. Sí la intención de Bolívar hubiese sido la de llegar a Guayaquil y de ahí a Quito, hubiese sido más recomendable tomar la ruta por el puerto de la Buena Ventura, pero no parece esta determinación propia del carácter de Bolívar; quería tomar a Pasto a toda costa, y de ahí pasar a las Provincia de los Pastos –Ipiales y Túquerres- adeptas a la independencia, y así pasar finalmente a Quito, sin embargo, duda. Santander tenía dificultades para enviar recursos, y hasta el conocido agnosticismo de Bolívar sale a flote: No sé amigo –escribe a Santander-, si a usted le parece exagerado: lo que le puedo asegurar es que yo quisiera tener tanta fe en el Evangelio como tengo en esta epístola. Por más que cavilo no encuentro el modo de realizar nuestra marcha por Pasto; ni el modo de quedarnos aquí-en Popayán-; ni el modo de embarcarnos para Guayaquil; porque yo no espero nada de esa buena gente: ni el modo de negociar con Mourgeón a quien no le puede hacer fuerza, sino la fuerza nuestra que va del otro lado del Juanambú[5].

Pasto se organiza ante la llegada del indomable ejército libertador, pero ¿qué iba a defender?: Físicamente la ciudad, pero detrás de la ciudad estaba su concepción de la vida colectiva, los principios monárquicos a los que era fiel, todo en uno con sus creencias religiosas, acendradas, profundas, ardientes tanto en las zonas populares como entra las campanillas de la nobleza[6]. Es necesario aquí referirme a los hechos tal y como los narra el ya citado y reconocido historiador José Rafael Sañudo: Trajo al combate Bolívar, los batallones, Rifles, Vencedor de Boyacá, Cazadores montados y Húsares, compuestos de venezolanos; el Bogotá y el Vargas, de granadinos; y además el primero y segundo escuadrón de Guías, que hacían un total de 2.400 hombres; a los que sólo podía oponer García tres compañías del batallón Aragón, que las otras tres estaban en Quito, y fueron las que más resistieron en Pichincha, compuestas de españoles y de americanos, y dos del Cataluña, que las cuatro restantes de este batallón, obraban sobre Cuenca; de modo que como, según la organización española de esa época, cada compañía se componía de 87 soldados, las cinco citadas tenían un efectivo de 435 veteranos, son contar sus oficiales. Además les opuso 600 hombres de las Milicias de Pasto y 200 del escuadrón Invencible, mandado por el teniente coronel Estanislao Merchancano; de suerte que todo su ejército, apenas pasaba de 1200.

El 7 de abril, que era domingo de Pascua Florida, principió el combate llamado de Bombona por los republicanos… Según parte oficial, tuvieron los republicanos 174 muertos y 357 heridos; “perdida que juzgamos disminuida” dice Restrepo, pues que de veras solo el Bogotá tuvo 210 bajas, según el parte que dio de Consacá el día 11 de abril, su comandante Joaquín París, que también salió herido. La pérdida de García fue de 20 muertos y 60 heridos, y otros tantos descarriados y prisioneros.

Con desprecio del Tratado[7] sobre regularización de la guerra escribía “… Tenemos derecho para tratar todo el pueblo de Pasto, como prisionero de guerra… y para confiscar todos sus bienes como pertenecientes a enemigos… tenemos derecho… en fin, a tratar esa guarnición con el último rigor de la guerra y al pueblo, para confinarlo en prisiones estrechas como prisionero de guerra en las plazas fuertes marítimas”.

Técnicamente se puede decir que en Bomboná no hubo vencedor: Los pastusos no permitieron la llegada de Bolívar hasta la ciudad, además dejaron al ejército Libertador diezmado, sin víveres y maltrecho; Bolívar, ocupó el terreno de batalla, y retrocede un poco al norte. Aun así, éste propone a don Basilio un armisticio: Factor inmediato, para que así García como el Cabildo de Pasto aceptaran la capitulación, fue la victoria de Pichincha obtenida por Sucre el 24 de mayo; que se supo el 28, por algunos de la caballería realista que aquel día escaparon para el Norte, y pudieron llegar a Pasto. Es sabido, sin embargo, que mientras don Basilio, sus jefes y oficiales, y el cabildo de Pasto firmaban la capitulación, el pueblo gritaba: Guerra a los rebeldes, grito incesante que contrarió a unos y otros y terminó por dividirlos. Finalmente, los jefes españoles terminan por retornar a su país, y dejan a Pasto a merced de la incertidumbre y el desasosiego. 

García y el Cabildo quisieron antes que Bolívar supiese lo del triunfo y de la capitulación – De Aymerich sobre Sucre- obtener una que pareciera aceptada espontáneamente y en que se sacaran mayores ventajas que la otorgada por Sucre. De aquí, el haber mandado a los comisionados a encontrar a Bolívar, antes que tomas lenguas de lo de Pichincha, a quien encontraron en Berruecos, y con quien pactaron la capitulación el 6 de junio, por medio de sus comisionados José Gabriel Pérez y Vicente González.

El 8 llega Bolívar a Pasto, y desde el Templo Parroquial exclamó: “Las leyes colombianas consagran la alianza de prerrogativas con los fueros de la naturaleza. La constitución de Colombia es el modelo de un gobierno representativo, republicano y fuerte. No esperéis encontrar otro mejor en las instituciones políticas del mundo, sino cuando el mismo alcance su perfección”.

Desde Quito, donde fue recibido como un héroe, escribe a Santander: “En primer lugar la capitulación de pasto, es una obra extraordinariamente afortunada para nosotros; porque estos hombres son los más tenaces, más obstinados y lo peor es que su país es una cadena de precipicios, donde no se puede dar un paso sin derrocarse. Cada posición es un castillo inexpugnable…Pasto era un sepulcro nato para nuestras tropas. Yo estaba desesperado por triunfar y sólo por honor he vuelto a esta campaña… Se entiende por lo que respecta a Pasto, que era lo terrible y difícil en esta campaña. No puede imaginarse lo que es este país y lo que eran estos hombres; todos estamos aturdidos con ellos. Creo que si hubieran tenido jefes numantinos, Pasto habría sido otra Numancia”[8].

Viene luego el encuentro de Bolívar con San Martín en Guayaquil (26 de julio de 1822).  Mientras tanto graves sucesos sucedieron en Pasto. Es entonces cuando aparecen en escena los famosos jefes realistas pastusos: Merchancano, como gobernador, y Agustín Agualongo, como Comandante General de Pasto, y de Quito llegóBenito Boves, sobrino materno de Boves el guerrero de Venezuela y de los capitulados de Pichincha, fugó del depósito de Quito y vino a Pasto, donde al grito de Viva el Rey, el 28 de octubre proclamó a Fernando VII. Allegó descontentos, y extendida la rebelión a pesar de que gran parte de pastusos la rechazaban, pasó el Guáitara, derrotó a Antonio Obando que mandaba los Pastos, y reconquistó hasta Tulcán para los realistas, que estaban alentados con las noticias del Perú y sobre todo de Venezuela, donde el capitán general que sucedió a Latorre, el canario Morales, con gran habilidad había ocupado las provincias de Coro y Maracaibo.  Al saber Bolívar estas resultad, formó una división de más de 2000 hombres, compuesta de los Rifles, escuadrones de Guías, Cazadores montados y Dragones de la Guardia” dicha comisión fue comandada por Sucre, quien sólo hasta el 24 de diciembre, después de duro combate en Santiago ganó Pasto, donde, dice O`Leary “en la horrible matanza que siguió, soldados y paisanos, hombres y mujeres fueron promiscuamente sacrificados”; y se entregaron los republicanos a un saqueo por tres días, y a asesinatos de indefensos, robos y desmanes; hasta el extremo de destruir como bárbaros al fin, los archivos públicos y hasta libros parroquiales, cegando así tan importantes fuentes históricas. La matanza de hombres, mujeres y niños, se hizo aunque se acogían a las iglesias; y las calles quedaron cubiertas de los cadáveres de los habitantes; de modo que el tiempo de los rifles es frase que ha quedado en Pasto, para significar una cruenta catástrofe.

Dice José Manuel Restrepo en su historia de la Nueva Granada: Al combate leal y a terreno abierto sucedió una espantosa carnicería: los soldados colombianos ensoberbecidos por la resistencia degollaron indistintamente a los vencidos, hombres y mujeres, sobre aquellos mismos puntos que tras porfiada brega habían tomado. Al día siguiente, cuatrocientos cadáveres de los desgraciados pastusos, hombres y mujeres, abandonados en las calles y campos aledaños a la población, con los grandes ojos serenamente abiertos hacia el cielo, parecían escuchar absortos el Pax hominibus, que ese día, el nacimiento de Jesús, entonan los sacerdotes en los ritos de Navidad”.

Y Leopoldo López Álvarez agrega: Ocupada la ciudad, los soldados del batallón Rifles cometieron todo género de violencias. Los mismos templos fueron campo de muerte. En la iglesia matriz le aplastaron la cabeza con una piedra al octogenario Galvis, y los de Santiago y San Francisco presenciaron escenas semejantes[9].

Al respecto, dice O`Leary de Bolívar: Resolvió, por tanto, hacerles sentir la enormidad del crimen con la severidad del castigo”. En efecto el 2 de enero de 1823 entró a Pasto, el 13 dio un decreto de confiscación de bienes a los pastusos, porque decía en un considerando: “que esta ciudad, furiosamente enemiga de la República no se someterá a la obediencia y tratará siempre de turbar el sosiego y la tranquilidad pública, si no se le castiga severa y ejemplarmente”. Después, dice Restrepo, ordenó que se reclutara a todos los hombres útiles para las armas, y que a los más inquietos se los llevara en calidad de presos, todos los cuales debían ser conducidos a las Provincias meridionales de Quito. Mandó confiscar los bienes de todos los que hubiesen tenido parte en la insurrección, de cualquier modo que lo hubieren ejecutado, o que no se presentaren a Sucre, en los seis primeros días, que asignó para hacerlo, después de ocupada la ciudad. Asimismo dispuso confiscar los bienes de aquellos pastusos que los tenían en el cantón[10] de Túquerres, y que permanecieron en Pasto después de la rebelión… La infiel Pasto, quedó desierta en su mayor parte; y su castigo resonó en todos los ángulos de Colombia.

Todos estos excesos se cometieron estando vigente el armisticio del 25 de noviembre de 1920, firmado por el propio general Sucre, como delegado del Libertador, y los comisionados españoles en la ciudad de Trujillo, este pacto civilizador regularizaba la guerra, entre las cláusulas sobresalía aquella que exigía la conservación, canje y buen trato a los prisioneros, a los que se castigaría con la pena capital; que los pueblos que fueran ocupados por las tropas de los dos gobiernos serían bien tratados y respetados, etc., etc.[11] 

 Casona Bomboná
 
 El 14 de enero, salió Bolívar para Quito, dejando a Salom con instrucciones para la ruina de Pasto, y el 30 marchó para Guayaquil; de donde el 7 de marzo, por su secretario Heras, le ordenó fuese a ser Intendente de Quito, y dejase en Pasto a Flores “luego que U.S., le decía, haya puesto en planta los órdenes de Vuecelencia”, y que ordenara a Flores tratara a Pasto y todo pueblo desafecto, como país enemigo; y antes del 25 de enero, ordenó fusilar a los reclutados pastusos que habían fugado en Balsapamba para Esmeraldas, y a todos los que los acompañaban.

Sus órdenes de exterminio eran tan grandes que de Pasto el 14 de enero del 23 escribía a Santander, que ese día se iba para Quito y que dejaba de gobernador al coronel Flores “que no lo hará como el señor Obando, y al general Salom lo dejo mandando las tropas y cumpliendo las instrucciones de pacificación; dentro de dos meses todo estará pacífico y entonces no habrá necesidad ni de jefes militares, ni tropa. Puede ser que no me engañe”.

Solom, por orden de Bolívar, no sólo confiscó propiedades, desterró a hombres y mujeres, y reclutó como 1300 jóvenes; sino que a catorce de los más esforzados, ordenó a Cruz Paredes, venezolano, que los matase y los enterrase secretamente; lo que cumplió este asesino, apareándolos por las espaldas y arrojándolos en un precipicio del Guáitara.

El 5 de junio de 1823 ordena Bolívar desde Bohío: “que se acelere el juicio de los facciosos para que sean juzgados con el último rigor y plenitud… manda que se aprehenda con grillos todos los de Tumaco y que después de tomadas las declaraciones a los principales se fusilen en el acto, para evitar su fuga que puede sernos perjudicial”.

Y el 7 de junio dio sus instrucciones a Lucas Carvajal, Cruz Paredes y Andrés Álvarez para perseguir a los facciosos desde Guayaquil a Panamá, una de las cuales era: “está autorizado para fusilar a todos los rebeldes y a los desertores del ejército de Colombia y de los enemigos” y desde Zarzal, el 20, ordena a Paz del Castillo que mande todos los prisioneros oficiales españoles al Perú y que “los demás prisioneros deshágase U.S. de ellos del modo que le sea conveniente y más expeditivo… U.S. conoce a Pasto y sabe de todo lo que es capaz; quizá en muchos meses no tendremos tranquilidad en el sur”. Y comenta Sañudo: Tanto menosprecio tenía por el tratado de la regularización de la guerra y las garantías de la Constitución que había hecho publicar, y tanto se habían exaltado sus instintos sanguinarios, que para contar sus defectos contra Pasto, tengo que contener mi ira y decir como Cicerón: Ira que brota naturalmente de la piedad de un hijo, por los insultos a su patria.

El 21 de julio escribe desde Quito a Santander: Yo he dictado medidas terribles contra ese infame pueblo, y U. tendrá una copia para el Ministerio; de las instrucciones dadas al general Salom… Las mujeres mismas son peligrosísimas. En Pasto 3000 almas son enemigas, pero una alma de acero que no plega por nada. Desde la Conquista acá, ningún pueblo se ha mostrado más tenaz que ese. Ya está visto que no se puede ganar y por lo mismo les preciso destruirlos hasta en sus elementos”.  Todavía le duraba la inquina contra Pasto, por lo de Bomboná, el 10 de febrero de 1824, exacerbado por la sublevación del Callao, pues daba a Salom, las órdenes de “Destruir a los pastusos. U.S. sabe muy bien que mientras exista un solo rebelde en los Pastos, están a punto de encallar las más fuertes divisiones nuestras”; y que tomara reclutas y ocupara todo y publicara una ley marcial; y añadía: “Pero esta declaración de ley marcial ofrece el inconveniente de que los rebeldes de Pasto, se harán tanto más fuertes, cuanto más victoriosos crean se hallan los españoles en el Perú”, y aún el 21 de octubre de 1825 decía del Potosí a Santander: “Los pastusos deben ser aniquilados, y sus mujeres e hijos transportados a otra parte, dando aquel país a una colonia militar. De otro modo Colombia se acordará de los pastusos cuando haya el menor alboroto o embarazo, aún cuando sea de aquí a cien años, porque jamás se olvidarán de nuestros estragos, aunque demasiado merecidos”.

En todo esto debe recordarse el tratado que Bolívar prometió cumplir sobre regularización de la guerra con Murillo, según el cual, aun a los que se tornaran al campo enemigo, no podía perseguirse, además de los pactos y armisticios inmediatos a Bomboná, y el de Sucre con los realistas de Quito y el Perú.                                                                                                                                                                                                                                                                          

Y más adelante relata: En efecto, amenazados los pastusos en su vida, confiscadas sus propiedades, con contribuciones que su pobreza no podía pagar, tratados como bestias de carga, por hombres tan feroces como el bruto Hermógenes Maza, enviado ad hoc por Bolívar y Apolinar Morillo…, que más querían morir, aunque sin esperanzas, en el campo del honor con esforzado brío, que indefensos cual débiles corderos.

El 23 de junio de 1823 da una proclama desde Quito, diciendo: “Quiteños: la infame Pasto ha vuelto a levantar su odiosa cabeza de sedición pero esta cabeza quedará cortada para siempre. Esta vez será la última de la vida de Pasto: desaparecerá del catálogo de los pueblos, si sus viles moradores no rinden sus armas a Colombia, antes de disparar un tiro. Un puñado de bárbaros son nuestros enemigos”. Y es así como el mismo Bolívar parte para Pasto a inicios de julio, desde donde se lee en sus comunicados a Salom: “pues la intención de S.E. es batirlos a los pastusos en campo abierto y lejos de Pasto para que no pueda volver uno solo” y que cuando derrotados, avisara a los pueblos para que los hostilizasen matándolos o haciéndolos prisioneros. Así, los pastusos, engañados y sin pertrechos, salen hasta el poblado de Ibarra, en Ecuador, donde son cruelmente asesinados, O`Leary dice: la esforzada resistencia de los pastusos habría inmortalizado la causa más santa o más errónea, si no hubiera sido manchada por los más feroces hechos de sangrienta barbarie, con que jamás se ha caracterizado la sociedad más inhumana; y en desdoro de las armas republicanas, fuerza es hacer constar que se ejercieron odiosas represalias allí donde una generosa humanidad habría sido, a no dudarlo, más prestigiosa en el ánimo de los rudos adversarios contra quienes luchaban. Prisioneros degollados a sangre fría, niños recién nacidos arrancados del pecho materno, la castidad virginal violada, campos talados y habitaciones incendiadas, son horrores que han manchado las páginas de las historia militar de las armas colombianas en la primera época de la guerra de la Independencia; no menos que la de las campañas contra los pastusos, pues algunos de los jefes empleados en la pacificación de éstos, parecían haberse reservado la inhumana empresa de emular al mismo Boves, en terribles actos de sangrienta barbarie”.


 Placa ubicada en la piedra donde la tradiciòn dice que llorò Bolìvar.

La guerra a muerte declarada por Bolívar contra Pasto, desconoció toda norma de derecho y todo sentido humanitario. La violación a las más respetables normas que defienden la dignidad humana, no fueron tenidas en cuenta, y el robo y la violencia fueron elementos comunes y cotidianos. Quizá todo ello sirvió para que los pastusos arremetieran contra los patriotas hasta 1826, año en que cae el Coronel José María Benavides, continuador de Agualongo, fusilado en Popayán en 1824, y que asolaba desde el norte, con la conocida guerra de guerrillas, a la memorable Pasto.  Aun así, en su retorno del Sur del continente, el 14 de octubre de 1826, Bolívar autoriza la pena de muerte sin proceso, así: 1. Todo faccioso que se halle prófugo en la provincia de Pasto, y que se presente dentro del término de dos meses, recibirá un salvoconducto para su persona y familia. 3. El ciudadano que denuncie o aprehendiese a un faccioso de esta provincia, expirado el término que concede el artículo anterior, recibirá mil pesos de premio, y sí al tomarlo se resiste, queda este ciudadano facultado para ejecutarlo en el acto, por cuya acción será gratificado con los mismos mil pesos[1]. La importancia que Bolívar daba a Pasto, se reafirma cuando nombrando a Sucre como jefe absoluto del sur le afirmaba: Haga Ud. la guerra, haga Ud. la paz, salve o pierda el Sur, Ud. es el árbitro de sus destinos, y en Ud. he confiado todas mis esperanzas. Si por desgracia llega a perderse la espalda de Quito por la insurrección del Cauca, la atención preferente de Ud. debe dirigirse a Pasto para asegurarse aquel punto como la base fundamental de nuestras operaciones; porque Pasto es la llave y el ancla del Sur. Apodérese de ese país y después pensaremos en las demás operaciones, que deben ser secundarias a este punto[2]. Y aún en 1830, después del asesinato del mariscal Sucre, le escribe al intrigante Juan José Flores, entonces regente en Quito: El nuevo general Jiménez ha marchado ya para el sur con 1.500 hombres a proteger el Cauca contra los asesinos de la más ilustre victima. Añadiré como Catón el anciano: ESTE ES MI PARECER Y QUE SE DESTRUYA CARTAGO. Entienda Ud. por Cartago la guarida de los monstruos del Cauca. Venguemos a Sucre[3]. Guarda un odio irrestricto hacia Pasto, tan así que poco antes de morir en Santa Marta, expide la orden que reafirma su inquina contra ese pueblo que siempre denominó como Maldito, Demonio, Infame, Malvado, Infeliz, Desgraciado, y que pese a todo aun le subsiste.

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